jueves, marzo 29, 2012

Tips & empathy

Les cuento que con el Taller de Escritura vamos viento en popa.
Convencí a Martín que se hiciera también un blog, y ahora está subiendo las consignas y los textos que escribe, que son muy buenos. Ahora sólo me falta convencerlo de que mire la serie Mad Men , que sé que le va a encantar, pero no hay caso, no agarra viaje.

Otra de las cosas por la que comenzó el profe (Cholo Gómez, un "crás"), es recomendarnos la lectura de Mientras Escribo, de Stephen King.
Es el primer "largometraje" que estoy leyendo en el Kindle (sólo había leído cuentos y revistas), y me tiene re enganchada. En la traducción al español, para variar, aparecen un montón de galleguismos que son un embole, me arrepiento de no leerlo en inglés, pero ahora que ya voy por la mitad del libro me embola todavía más cambiar de versión. Es una especie de autobiografía, mezclada con consejos sobre cómo escribir y cómo llegó él a ser un escritor exitoso.

Hasta ahora el único libro de S.King que había leído era Carrie. Ese me gustó pila y tuvo como valor agregado leerlo cuando tenía la misma edad que la protagonista, cosa que también me pasó con el Diario de Ana Frank, y extrapolando, con muchos otros libros a medida que iba envejeciendo. De la magia de esa empatía también habla Mientras Escribo.

Pero para mí una de las enseñanzas más valiosas del libro (y del profe), es que al escribir es mejor utilizar un lenguaje lo más natural posible: elegir palabras simples en lugar de rimbombantes, usar frases cortas, claras y concretas.

No sé, creo que me falta mucho por aprender del taller, de este y otros libros, y principalmente de Gramática (porque soy un queso).
Además de la lucha constante por sacarme la vergüenza, que no es menor. La mayoría de los posts que escribí para este blog, los escribí de madrugada en la cama, en silencio y completamente enfrascada. Yo la llamo mi "hora paloma", porque es cuando el cansancio y la semi-soñolencia le ganan a mi vergüenza, y las palabras salen sin filtro. Con la luz apagada y la cabeza en la almohada, he tratado de memorizar esas ideas que surjen en la noche y transcribirlas al día siguiente, pero a la luz del sol la censura siempre gana.

Y casualmente, de algo parecido a eso también habla el libro:

Durante una de mis primeras entrevistas (creo que para promocionar Carrie), un locutor de radio me preguntó cómo escribía, y mí respuesta («palabra por palabra») lo dejó mudo. Sospecho que estaba pensando sí era una broma, pero no. Al final siempre es así de sencillo. [...] La puerta te aísla del resto del mundo, pero también te confina, concentrándote en lo que tienes entre manos. [..]
Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.
En el fondo, creo que se trata de dormir creativamente. La sala de escritura debería ser igual de íntima que el dormitorio, ser la habitación donde sueñas. La razón de ser del horario (entrar cada día más o menos a la misma hora y salir cuando tengas las mil palabras en papel o disquete) es acostumbrarte, predisponerte al sueño como le predispones a dormir yéndote a la cama más o menos a la misma hora y siguiendo el mismo ritual. Escribir y dormir se parecen en que aprendemos a estar físicamente quietos al mismo tiempo que animamos al cerebro a desconectar del pensamiento racional diurno, rutinario. De la misma manera que el cerebro y el cuerpo, noche tras noche, se te acostumbran a cierta cantidad de sueño fija (seis horas, siete, quizá las ocho recomendadas), existe la posibilidad de entrenar a la conciencia para que duerma creativamente y, despierta, teja sueños de gran nitidez, que es lo que son las obras narrativas bien hechas.
Pero son necesarias la habitación y la puerta, y es necesaria la decisión de cerrarla. También necesitas un objetivo concreto. Cuanto más dure tu adhesión a estos requisitos básicos, más fácil irá haciéndosete el acto de escribir. No esperes al muso. Ya te he dicho que es un tozudo, y que no se le puede pedir mucho aleteo creativo. No te estoy hablando de ningún tablero ouija, ni del mundo de los espíritus, sino de un oficio cualquiera, como plomero o camionero. El tuyo es procurar que el muso sepa dónde encontrarte a diario desde las nueve a las doce, o desde las siete a las tres. Si lo sabe, te aseguro que tarde o temprano se presentará con el cigarrillo en la boca y la magia en el saco.

Stephen King - Mientras Escribo

(me tomé el atrevimiento de sustituirle las gallegadas)

sábado, marzo 10, 2012

No hay peor ciego que el que no ve por distraído

El otro día, uno de esos días que anduve distraída más de lo habitual, ensimismada en mis pensamientos como si no existiera nada ni nadie alrededor, estaba en una casa ajena y pedí para ir al baño.

En el baño había water y bidet, como en casi todo baño de casa uruguaya. Me dirigí directamente al water, o sea al que tenía tapa de madera. Levanté esa tapa, estaba como suelta y atrás había una canilla que no me dejaba acomodarla bien. "Qué raro, un water con canilla... Será para cortar la entrada de agua". Traté de acomodarla antes de sentarme, pero justamente la canilla entorpecía la tarea.
Como pude me senté e hice mi pis, manteniendo el equilibrio para que la tapa no se zafara del todo y cayera. Cuando me levanto el tercer inconveniente: en la pared de encima del water no hay ningún botón de cisterna. Bajo la vista para ver si en realidad tiene una cisterna mochila que me haya pasado desapercibida, raro porque había estado rato observando el water, la canilla desubicada, acomodando la tapa floja, etc.
Ahí fue cuando sonó la música de la escena del cuchillo de Psicosis de Hitchcock: ERA UN BIDET NO UN WATER. Resulta que la tapa efectivamente se había zafado del verdadero water, y la habían colocado encima del bidet.

Bueno, para qué contarles que obviamente después de eso tuve que arreglármelas para limpiar el bidet meado por error, que ya estaba empezando a heder. Por suerte en el baño había Fabuloso y tirando agua con un tarrito eliminé la prueba del delito, el bidet ultrajado quedó perfumadito y todo.

Cuando salí del baño, como media hora más tarde, ni me animé a mirar al dueño de casa a los ojos, saludé cabizbaja y huí despavorida.

viernes, marzo 09, 2012

Tallerista

Hace tiempo que ando con ganas de encarar algún curso o taller de escritura, para aprender algunos piques, mejorar el estilo, pero principalmente para contar con un espacio para dedicarme a escribir. Y digo espacio como lugar físico pero también como horas de dedicación, porque sino siempre me pierdo en mil tareúchas y postergo esto que tanto me copa.
Pero en mis prejuicios esos talleres eran como los que aparecen en las películas: reuniones de amas de casa aburridas que se juntan en lo de una vecina con la excusa de analizar un Best Seller, pero lo único que hacen es tomar el té y chusmear sobre el resto del barrio.

Hasta que el año pasado conversando con un amigo del trabajo, nos dimos manija para arrancar "el año que viene" en un taller recomendado por otra compañera con muy buenas referencias. Hoy fue el día fijado de comienzo del taller y hace un rato volvimos de allá. Me encantó la propuesta.

Como ya les he contado otras veces me gusta observar las casualidades; que a veces más que casualidades parecen guiños del destino: hoy es 8 de marzo y se cumplen 110 años del nacimiento de Juana de Ibarbourou. Ella fue la primer poeta con nombre y apellido que leí y admiré cuando era niña, y que me llevó a desear "cuando sea grande quiero ser escritora como Juana de Ibarbourou". Después vinieron muchas otras: Louise May Alcott, Enid Blyton, Johanna Spyri, solo por nombrar las de libros de nenas. Pero que la más admiraba seguía siendo Juana, quizás porque fue la primera, quizás porque era uruguaya y contemporánea, estaba mucho más cerca, era más de carne y hueso....

Ya "soy grande", ya se que nunca seré una escritora de verdad y que es muy probable que cualquier cosa que escriba va a ser mediocre, pero siento que le debo a esa niña hacer el intento.
Y que nunca se pierde al intentar, al contrario se ganan experiencias de vida.
Se vive.

miércoles, marzo 07, 2012

Siempre sé turista en tu ciudad

Quedé maravillada con este cuento. Con todo el libro bah, pero en especial con este cuento.
No solo por la verdad literal que transmite -de que uno generalmente no se detiene a contemplar la belleza de la ciudad donde vive-, sino también por la extrapolación que se puede hacer a muchos otros ámbitos de la vida: yo admiro y envidio lo que tiene el otro, y me olvido de apreciar y agradecer lo que es mío porque como siempre estuvo ahí yo ya no lo veo.
Analogía que se ve claramente también con el fervor consumista del capitalismo: me encandilo con el producto que me ofrecen, lo compro pero cuando pasa a ser mío pierde su brillo.

 LAS CIUDADES Y LOS OJOS. 4.

Al llegar a Fílides, te complaces en observar cuantos puentes distintos uno del otro atraviesan los canales: convexos, cubiertos, sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuantas variedades de ventanas se asoman a las calles: en ajimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o por rosetones; cuántas especies de pavimentos cubren el suelo: cantos rodados, lastrones, grava, baldosas blancas y azules. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrece sorpresas a la vista: una mata de alcaparras que asoma por los muros de la fortaleza, las estatuas de tres reinas sobre una ménsula, una cúpula en forma de cebolla con tres cebollitas enhebradas en la aguja. “Feliz el que tiene todos los días a Fillide delante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene”, exclamas, con la pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla sólo rozado con la mirada. 

Te ocurre a veces que te detienes en Fílides y pasas allí el resto de tus días. Pronto la ciudad se decolora ante tus ojos, se borran los rosetones, las estatuas sobre las ménsulas, las cúpulas. Como todos los habitantes de Fílides, sigues líneas en zigzag de una calle a la otra, distingues zonas de sol y zonas de sombra, aquí una puerta, allá una escalera, un banco donde puedes apoyar el cesto, una cuneta donde el pie tropieza si no te fijas. Todo el resto de la ciudad es invisible. Fílides es un espacio donde se trazan recorridos entre puntos suspendidos en el vacío, el camino más corto para llegar a la tienda de aquel comerciante evitando la ventanilla de aquel acreedor. Tus pasos persiguen no lo que se encuentra fuera de los ojos sino adentro, sepulto y borrado: si entre dos soportales uno sigue pareciéndote más alegre es porque por el pasaba hace treinta años una muchacha de anchas mangas bordadas, o bien sólo porque recibe la luz a cierta hora, como aquel soportal que ya no recuerdas dónde estaba.

Millones de ojos se alzan hasta ventanas puentes alcaparras y es como si recorrieran una página en blanco. Muchas son las ciudades como Fílides que se sustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.


Italo Calvino - Las Ciudades Invisibles