sábado, noviembre 17, 2012

La maldad no nos necesita

"Vos me necesitás y yo te necesito

El mundo nos necesita

El universo nos necesita

Pero lo que no nos necesita, es la maldad

eu eu eu

la maldad no nos necesita

eu eu eu

la maldad no nos necesita

eu eu eu

Ahora para saber, nada no nos necesita"


Canción que escribió Vale hace unos días mientras estaba en la escuela.


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viernes, noviembre 16, 2012

miércoles, noviembre 14, 2012

Seguí participando

"Llegó a su casa hecho pedazos. Colgó una pierna del perchero, luego la otra, los brazos, el tronco. La cabeza cayó y fue rodando a esconderse debajo de la cama."

Cuento que mandé al concurso TCQ 2012 de Ancel, la respuesta fue: "Ok. Seguí participando. Bss".
Aquí están los resultados. Varios de los cuentos ganadores me gustaron pila.

viernes, noviembre 09, 2012

El pizarrón


Esa tarde la clase de Análisis Matemático estaba, como siempre, aburridísima. Encima el calor era agobiante. Miré a Virginia, que estaba sentada a mi derecha, para contarle un chiste, pero se había quedado dormida. “¡Qué boluda!”, pensé. Pero no me animé a despertarla porque capaz se sobresaltaba o gritaba y  llamaríamos la atención del profesor.

De repente sentí que se me tapaban los oídos y el discurso del profesor pasaba a un idioma aún más ininteligible. Giré nuevamente la cabeza para ver qué hacían el resto de mis compañeros: la chica de adelante garabateaba en una hoja y con la otra mano jugaba a enroscarse los dedos en el pelo, haciendo y deshaciendo el mismo rizo en un loop infinito.
Hacia la izquierda había dos muchachos, que al contrario del resto, sí se estaban divirtiendo: uno había dibujado una caricatura del profesor donde aparecía montado en un burro y llevando una tiza-espada en la mano. El parecido era notable, además le había exagerado los dientes, el cuerpo flaco y desgarbado y el cabello desordenado, y había quedado muy gracioso. El burro era gordo pero tan pequeño que las largas y flacas piernas del profesor abarcaban todo el costado de la panza y llegaban hasta el suelo. Los dos miraban el dibujo y se reían, entonces uno señaló los pies y el otro hizo el dibujo de nuevo, esta vez atándole los extremos de las piernas con un nudo para que quedara bien sujeto y no las arrastrara más.
Al lado de la chica que se enrulaba el pelo había otra, muy elegantemente enfundada en un trajecito negro, que se abanicaba con una cuadernola. Era muy bonita y el traje le quedaba muy bien, pero era extremadamente inadecuado para los treinta y cinco grados de temperatura de aquel salón. Además, contrastaba con la vestimenta desprolija de los demás compañeros y del profesor, que estaban vestidos de short, remera y havaianas.
El profesor seguía escribiendo con la tiza en el pizarrón y mientras lo hacía el sudor le caía a chorros. Llevaba una remera azul francia manchada en los sobacos con enormes lamparones. Recordé con desagrado el hedor a mugre y sudor rancio que desprendía aquel cuerpo, aún con temperaturas ambiente bastante más favorables, y agradecí haber elegido aquel día un asiento casi en el fondo del salón 107.
Por enésima vez traté de prestar atención a lo que explicaba el hombre, era difícil porque hablaba bajo y había mucho murmullo. Me pareció que estaba diciendo algo sobre la extinción de los dinosaurios. Cuando agudicé la vista para leer lo que había escrito en el pizarrón, me di cuenta de que algunos caracteres que yo pensé que eran los clásicos X, Y, j, ∑, eran en realidad imágenes de dinosaurios. Comunidades enteras de estos animales llenaban ese espacio. Algunos comían brotes de αα del piso, otros escalaban las curvas de nivel apoyados en ʃ y otros se deslizaban en grandes gomones por la ladera de una campana de Gauss. El profesor se percató de que el pizarrón ya estaba lleno y comenzó a borrarlo. Una gran nube de polvo inundó completamente el salón y cuando se disipó, nos dejó blancos como estatuas. La muchacha del trajecito negro, visiblemente ofuscada, se sacó la chaqueta blanca (antes negra) con brusquedad y la sacudió con fuerza. Se quitó también los pantalones blancos (antes negros), y la camisa blanca (originalmente ya blanca, ahí me perdí), para a su vez sacudirlos. Cuando terminó quedó vestida solamente con un body rosa chicle con puntillas, colgó la ropa en las sillas vacías que tenía cerca y continuó abanicándose como si tal cosa.
Yo observé extrañada al resto de los compañeros, que parecían no haberse dado cuenta del espectáculo y continuaban impávidos con lo que estaban haciendo. Los dos chicos de las caricaturas ya habían hecho toda una secuencia de dibujos, los habían colocado uno encima de otro y ahora los pasaban rápidamente con un dedo haciendo aparecer una animación. En la animación el profesor montado en burro corría hasta ensartar con su lanza-tiza a un tiranosaurio Rex en medio del pecho. Estaba realmente muy buena, coloreada y todo. Yo no podía creer que la hubiesen terminado tan rápido. También habían dibujado el sonido de ambiente, aunque lo habían seteado bien bajito para que el profesor de carne y hueso no lo pudiera escuchar.

El calor seguía siendo insoportable y la clase parecía no terminar nunca. El pizarrón había empezado a derretirse, como si estuviera hecho de asfalto. Miré hacia el enorme ventanal de la izquierda, para ver si por casualidad quedaba alguna ventana abrible sin abrir, y vi la enorme sombra de lo que parecía ser un tiranosaurio igual al del cuento.  Pestañeé pero seguía allí. Me volví a mirar a mi amiga de al lado, que seguía dormida y roncaba suavemente. Estiré mis brazos para sacudirla, pero me detuve horrorizada cuando de su cabeza comenzaron a salir serpientes, que se contorneaban y lanzaban mordiscos al aire. De pronto una de las serpientes se dirigió a mí y me dijo con naturalidad:
-Paola, despertate que se terminó la clase, nos tenemos que ir.


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Cuento que escribí para el Taller hace un par de días. La consigna: Sueños. 
Después que lo terminé me puse a pensar de donde saqué lo de los dinosaurios. Y más tarde, revolviendo en el ropero encontré esta remera que me regalaron del CEI cuando me recibí de ingeniera. A veces la uso, aunque de camisón, porque me queda enorme.
O sea que al final los pasos que siguió mi inconsciente a partir del disparador "Sueños", me quedaron clarísimos:
sueños --> camisón --> dinosaurios --> facultad
Un cuento de ida y vuelta.



jueves, noviembre 08, 2012

Rayos y centellas, Batman

El verano pasado mi tío y su familia estaban en la playa un día de tormenta. Había muy poca gente, entre ellas un hombre pescando, de esos que clavan la caña en la arena y se sientan en la reposera a esperar que pique.
Cuando decidieron subir porque la tormenta se estaba poniendo heavy, vieron caer un rayo justo encima de la caña del pescador. La dejó hecha una flor. Al hombre no le pegó el rayo pero sí las astillas que volaron, que se le clavaron por todo el cuerpo #creepy
Acá les dejo un artículo sobre los rayos en este blog que me encanta:
http://what-if.xkcd.com/16/

lunes, noviembre 05, 2012

De azul a rojo

En el año tres mil chiquicientos cinco, una intensa lluvia cayó sobre el Planeta Tierra. Comenzó con una fuerte tormenta eléctrica que descolgó de las nubes una  catarata imparable. Al paso de las horas fue amainando, hasta terminar siendo una llovizna fina pero permanente, que goteaba con una cadenciosa musicalidad.
Lo insólito era que esta gran nube de lluvia cubría todo el planeta Tierra…



Pronto los ríos, cañadas, arroyos y océanos fueron subiendo de nivel hasta que ya era todo agua.  Así pasaron más de dos años de lluvia ininterrumpida. Llegó un momento en que la fuerza de gravedad de la Tierra ya no lograba atraer tanta masa acuática y el sobrante empezó a chorrear cayendo sobre el planeta Marte.
Los pocos seres humanos que sobrevivieron a este desastre climático, improvisaron una especie de enormes tablas de surf que permitían deslizarse por el torrentoso curso de agua, para emigrar al promisorio nuevo mundo. La gente se llevaba el equipaje, mascotas, muebles y hasta sus vehículos.

 
La gran nube paró de derramar agua y así el líquido se equilibró entre los dos planetas.  Las últimas personas que cruzaron a Marte antes de que se cortara el chorro, fueron una pareja de amigos que iban adentro de un fitito, Marina y Julián. Él aún estaba indeciso entre quedarse en la Tierra o partir, pero ella, de espíritu alocado, a último momento se lo llevó de un brazo sin dejarlo reaccionar. Había estado todo el viaje callado.
Cuando “amartizaron”, Julián miró por la ventana y quedó impactado con la belleza del planeta y con la buena onda con que la gente que ya estaba allá había comenzado a construir sus casas, colaborando entre todos. Marina sonrió, también conmovida. Él se bajó del auto pero no sin antes darle un gran abrazo y mirarla intensamente a los ojos, agradecido.

FIN
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Este es el cuento que había publicado originalmente hace un tiempito. Un sábado (lluvioso, vaya coincidencia), se me ocurrió hacerle algunos cambios para que quede más divertido y se lo leí a mis hijas. Le pregunté a Valentina si le gustaría ilustrarlo. El resultado fueron estos dibujos, en papel, que después pasamos a la compu.