miércoles, enero 01, 2020

Chantilly salada

Estoy trepando un cerro escarpado, de rocas negras y filosas. Ya casi llego a la cima, me asomo. Tengo al lado a mi izquierda el último pico. Está quebrado, es hueco y está relleno hasta rebosar de crema chantilly. Una crema blanca, espesa, consistente, bien batida pero sin llegar a hacerla manteca. Esa crema tocó la frontera entre lo ideal y perfecto donde si daba un paso más se transformaba en algo totalmente diferente: en esa cosa que puede ser buena también pero que no era la que estábamos  buscando en este momento. Porque queríamos algo dulce y nos salió algo salado y que encima ni siquiera es salado porque en vez de sal le pusimos azúcar y ahora ya no se le puede poner sal. Esos actos tan sencillos pero a la vez tan irreversibles como la muerte.

Me arrimé un poco más, afirmada en el brazo izquierdo estiré la otra mano, ahuecada para tomar una buena porción de la crema. Estaba deliciosa. Me senté para estar más cómoda y poder disfrutar el paisaje. Pero los objetos se me desdibujaban allá abajo, me acordé que en un momento escabroso de la trepada, cuando quedé en vilo colgada de una sola mano, se me volaron los lentes. Eso no fue problema en aquel momento porque de cerca veo bastante bien, pero ahora al intentar ver de lejos los siento en falta. 
Aún bajo mis ojos disfuncionales el paisaje sigue siendo admirable. Una masa rosa pastel cubierta de otra celeste oscuro se acuesta sobre el horizonte recortado por los semicírculos de cerros verdinegros.  Bajando la vista están las casas del valle. 
Las casas del valle siempre se ven grises. No importa si algún vecino osado las pintó de un tenue color durazno, amarillo, verde agua, celeste. Son colores tibios como ellos mismos, habitantes del pueblo que tuvieron ganas de destacarse, de separarse de la chatura del resto de esa sociedad oscura y maligna, pero no llegaron a animarse a más. 
Algunos jóvenes recién mudados al pueblo y por lo tanto más valientes recubrieron los techos de tejas rojas, brillantes. Pero al poco tiempo las lluvias de lágrimas las mancharon de puntos negros, hongos de humedad que después nunca se les quita. 
El resultado uniformizado es entonces irremediablemente gris, como la depresión generalizada de los pobladores.
Si, en esta ciudad la gente llora tanto que las lágrimas se evaporan y pasan a las nubes junto con el agua de los charcos, la del pozo de la cantera o la lánguida cañada Zamora. Una nube de la zona puede llegar a tener hasta un 60% de lágrimas. Esto tampoco es bueno para los autos, porque la sal de las lágrimas es muy corrosiva, les pica la chapa. 
Claro que si le hace tal daño al metal, mucho peor nos hace retenerlas dentro del cuerpo. Nos va horadando en silencio la estructura que nos mantiene en pie, hace un charque con nuestra  carne y tripas dejándolas duras, resecas. Y de a poco, igual que a la carrocería de esos autos, nos llena de huecos, nos apaga el color y el brillo exterior, nos deja oscuros, apagados, inservibles. 
Estamos destinados a esperar en la chatarrera a que alguien venga a llevarse alguna de nuestras partes, mientras las bases se nos hunden en el barro, el motor se oxida, las bujías se empastan y nos damos cuenta que cada vez va a ser más difícil volver a arrancar. 

martes, julio 25, 2017

Anacrónico

El teléfono gris reposa muy quieto en el estante. Solo.
No entiende porqué desde hace un tiempo ya no suena su campana. Ya nadie levanta su tubo beige ni toca sus teclas formando ­­­­números para encontrar a alguien del otro lado del cable. Ese cable que se sumerge en la pared hasta llegar quien sabe donde.
Aburrido, se peina el rulo. Lo estira y lo suelta de golpe, se queda mirándolo rebotar hasta que se detiene del todo.


A veces practica para no perder el entrenamiento, repitiendo las palabras que escucha a Ana decirle a aquel cuadradito negro.

jueves, marzo 02, 2017

Varita Mágica

Viene llegando a esta noche la luna magnífica llena de luz pero también de sombras y tentaciones ocultas no viene vuelve porque la luna nunca se va del todo y esta ahí para reconfortarme el hombre que siempre quise mi compañero de la vida mi amigo incondicional y dulce amante pero no solo del amor vive el hombre y la mujer el niño la niña y el abuelo cuando menos lo esperás alguien te pincha el globo te dice que estás en la tierra para satisfacer un guión divino y yo por momentos creo que es cierto no tengo chances de modificar ese script y vivo engañada tratando de seguirlo decir todo lo que se supone que tengo que decir y hacer sólo lo que está pautado pienso que no hay alternativas me cuesta despertar abrir los ojos pero para esto nada mejor que un buen baldazo de agua fría un bucket challenge que me congela el cerebro cuando reacciono tengo la cabeza más fresca me doy cuenta de cómo es en realidad el juego de la vida es una varita mágica que al agitarla desprende millones de posibilidades brillantes como estrellitas

miércoles, diciembre 23, 2015

La planta de baba

Subo al auto y antes de arrancar intento por quinta vez hacer andar el pendrive de música. No funciona hace días, pero aún tengo esperanzas: "último intento", me digo. Cuando empieza a sonar la banda de sonora de Amelie (primer disco del pendrive), es la gloria, el triunfo hecho música.
Voy a llevar a Fede a danza, allá en nuestro mismo salón y nos imagino en esa ronda. "Las cartas que no llegaron".
Me hago un tecito para hacer tiempo y espero, espero. Leo. Faizbukeo. Leo de vuelta. Escribo un mail pero no lo mando, aunque esta vez no es de descarga como los siete mails escritos pero no enviados conteniendo distintos matices de puteadas para mi jefe. Esta vez es algo lindo.
La niña sale, nos vamos. El cuidacoche de la cuadra me cae bien, es buena onda. Le dejo una propina un poco más suculenta esta vez.
Cuando doblamos por Joaquín Requena Fede me pide que le abra la ventana, yo abro también la mía y el viento está fresquito, delicioso. Más adelante cuando el tránsito afloja me pongo a observar las fachadas y los balcones.  Ahora en la radio suena MuX. En un balcón un hombre mira para abajo con un niño y me ven y los miro, en el siguiente hay una planta enorme de Josefinas. La planta me teletransporta a la infancia en la casa de mi abuela. Estaban en hilera todo a lo largo del patio delantero. Las recuerdo rebosando caracoles, ¡qué asco, cómo pueden tener esa planta en un balcón! Al cortarle alguna de sus hojas, en vez de savia brotaba una baba blanca. Y entonces me pongo a pensar: ¿qué vino primero, la baba del caracol o la baba de la hoja? ¿El caracol tiene baba porque come de esa planta o la planta tiene esa baba para que el caracol se la coma? ¿Será que es un mini ecosistema caracol-baba que resulta beneficioso para ambos?
La cosa es que yo odiaba las Josefinas porque cuando las atravesaba corriendo me quedaban todas las piernas irritadas. Y tampoco sé si lo que me daba alergia era la baba de la planta o la baba de sus huéspedes caracoles.
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Diario trivial, diciembre 2014

lunes, agosto 24, 2015

Secreto

Tengo miedo de que se conozca mi secreto.
Lo escondí tanto que ahora ni yo me acuerdo cuál es.
Lo sepulté debajo de un colchón de inseguridades,
de un sommier de dudas,
de un parquet de incertidumbres,
de un contrapiso de cemento fraguado con deseos reprimidos
de cuarenta mil kilómetros de tierra densa, oscura, espesa y tenebrosa de vergüenza
que tiene a mi corazón de fuego y mi sexo de lava ardiente, aprisionados.

Mejor contame vos, secreto, quién sos y qué queres de mí.

miércoles, diciembre 31, 2014

Lo miraba de afuera

Mi nula capacidad de síntesis siempre me jugó en contra a la hora de intentar escribir poemas. Por eso directamente nunca lo intento. 
Pero hace unos meses en una fiesta me encontré con una amiga de mi mamá que me conoció de niña, cuando yo tenía cuatro o cinco años. Ella todavía recordaba un poema que le inventé en un viaje de ómnibus a Montevideo:
Llueve que te llueve
viento que te viento
Lágrimas de pájaro
y yo en mi ventana
Así que después de eso me dio un poquito de ganas de intentarlo de nuevo. Salió uno, que no sé si  es un poema o sólo una cosa rara, por eso le llamé Po (quiere ser poema pero le falta).
Y de paso quedense un ratito por ahí, antes que me agarrara el fin de año publiqué otros cuentos viejos, que al igual que Po, los tenía escritos a mano en mi cuadernito búho.
¡Felisa me muero!