_¡Qué desastre!
Un humo espeso y gris salía por las rendijas de la cocina y el olor a
quemado inundaba toda la habitación. María apagó el horno, abrió la puerta y
sacó la torta carbonizada. Giró la muñeca izquierda para mirar el reloj.
_Las cuatro y media, ¡mierda!
En treinta minutos llegarían sus amigas a tomar el té y ya no le daba el
tiempo de preparar otra. Bah “amigas”, en realidad eran las esposas de los
demás ingenieros de la planta, amas de casa aburridas como ella, que lo que más
disfrutaban era encontrar defectos a los demás para burlarse y criticar. María
no veía la hora de que Pedro terminara su asignación actual y pudieran regresar
a su país, que ella tanto extrañaba. Allá podría por lo menos retomar sus
estudios y trabajar. Estaba harta, ser ama de casa no era para ella. Además las
costumbres de aquí eran muy diferentes. La gente era machista y prejuiciosa.
Los hombres trabajaban y las mujeres se quedaban en la casa con los hijos.
Cuando volvían de trabajar se juntaban a jugar al fútbol o al poker, siempre
entre ellos, las esposas y los hijos quedaban excluidos y a nadie se le ocurría
preguntar por qué. Eso era lo que más le molestaba a ella, no era para nada a
lo que estaba acostumbrada en su país, donde las reuniones eran familiares o
sólo de adultos pero siempre mixtas. Tenía además varios amigos y confidentes
del otro sexo; de hecho su mejor amigo era Juan, se conocían desde niños y se
querían muchísimo.
Pero para que terminara la asignación de Pedro faltaban por lo menos dos
años y mientras tanto la única opción social que tenía María era fraternizar con
aquellas víboras. Y aunque cortar totalmente el vínculo y volverse una
antisocial la tentaba, había decidido darles una última oportunidad. Quizás las
había juzgado mal por conocerlas poco, y todavía tenía esperanzas de poder rescatar
alguna buena amiga de ese grupo.
_ De repente Carmela, que tampoco tiene hijos y que le gusta mucho leer
como a mí – pensó María. – Parece una tipa inteligente, distinta...
Vivían en un country o barrio privado, exclusivo para empleados de primer
nivel de la planta nuclear. El barrio tenía su propia escuela, centro
deportivo, cine, teatro y supermercado. Consistía en treinta casas donde se
alojaban poco menos de cien personas en total y estaba rodeado por muros y
rejas todo a lo largo de su perímetro. Al costado del barrio pasaba la
carretera y hacia el oeste, más o menos a un kilómetro de distancia, se podía
ver la planta. Todo lo demás era campo desierto.
_¿Y ahora qué hago?
El supermercado del country estaba cerrado por ser domingo y el pueblo más
próximo quedaba a veintiocho kilómetros.
Abrió la heladera con resignación para ver si podía inventar algo. Había
un pan de ayer, mermeladas, manteca, queso, un tarro de aceitunas, mayonesa,
kétchup, mostaza. Y en el cajón de verduras: cebollas, morrones y un ramito de ciboulette.
_¡Ya está, preparo unas tapas españolas! No es lo más apropiado para la
hora del té pero como están de moda a esta manga de snobs les va a parecer una
buena propuesta.
Recordó que tenía una procesadora que no había estrenado todavía, se la
había regalado la tía Emilia antes de mudarse para allí. Emilia era una vieja cachivachera
que gustaba de recorrer casas de remate y comprar cosas novedosas a precios
irrisorios.
María sacó la procesadora del placard que estaba debajo de la mesada. En
efecto, era bastante rara, de forma cilíndrica y tamaño mediano, totalmente
cubierta por una lámina de acero brillante. En la parte superior tenía una tapa
de vidrio y en el frente cerca de la parte inferior un pequeño display
rectangular, con una perilla y un botón rojo a la derecha. La enchufó a la
corriente y aparecieron unos números rojos en el display: 00-00-00. Probó girar
la perilla hacia la derecha y vio que los tres pares de dígitos aumentaban y
disminuían a medida que la giraba, pero no le quedaba muy claro el criterio con
el que lo hacían. De todos modos dejó la perilla en la posición aleatoria que
había quedado, cortó en dos mitades algunos morrones, les quitó las semillas y
el tallo, abrió la tapa de la procesadora y los colocó dentro. Se detuvo, dudando,
un momento antes de presionar el botón de encendido, pero continuó. Aunque no
entendiera los números no podía ser tan difícil, era una simple procesadora.
Las cuchillas comenzaron a girar en sentido horario, formándose un potente
remolino que arrastró todo a su alrededor, incluyéndola a ella, hacia el centro.
Sintió que se apagaba la luz por un par de segundos y cuando se volvió a
encender, la cocina estaba muy diferente. La mesada que antes era de granito
rojo ahora era de acero brillante. Las paredes estaban cubiertas con paneles
rectangulares del mismo material. En uno de ellos una pantalla con un paisaje montañoso
de fondo marcaba:
27 de diciembre de 2064
20:35 hs
28º, 80%
humedad
María sintió que su corazón se aceleraba a mil por hora y que un frío
acuchillador le subía de golpe desde el estómago hasta el centro del pecho. Siguió
recorriendo la pared con la mirada hasta llegar a la parte más cercana y allí
ahogó un grito de terror: su imagen era la de una anciana. Se miró las manos, surcadas
de arrugas y salpicadas por miles de pecas y manchas blancas. Observó entonces los
números que marcaba el display de la procesadora: 04-37-50. Miró de nuevo la
pantalla de la pared, los números parecían indicar la diferencia en horas, días
y años del momento en que se encontraba antes: 20 de noviembre de 2014, 16.35
h.
_¿Viajé al futuro? ¿Puede ser posible?
Sin pensarlo dos veces, giró la perilla en sentido antihorario hasta dejar
los números en cero y volvió a presionar el botón.
Las cuchillas comenzaron a girar velozmente formando otro remolino, esta
vez en sentido antihorario, y cuando la luz parpadeó se encontraba de nuevo en
su cocina. Aunque el almanaque pegado en la heladera marcaba la fecha correcta,
recién cuando llegó al baño y vio su rostro habitual en el espejo, pudo
respirar aliviada.
¿Entonces esa vieja procesadora era una máquina de tiempo? ¡Increíble!
Probó girar la perilla hacia la izquierda y vio que los números se volvían
negativos, con lo cual concluyó que también serviría para ir al pasado.
Eufórica, los pensamientos se agolparon en su mente y comenzó a divagar con
todas las posibilidades que le abría aquella máquina. Podría volver atrás al
momento en que dejó de estudiar para acompañar a su esposo a aquel país extraño.
O aún más atrás, antes del momento en que lo conoció y se enamoró de él. ¡Había
cambiado tanto! Cuando llegó de profesor agregado a la facultad, aquel hombre
buen mozo y galante de acento caribeño las cautivó a todas. Y fue a ella a
quien terminó eligiendo, que lo aceptó llena de orgullo.
Nunca pensó que ese hombre escondía al machista retrógrado que se reveló a
sus anchas apenas se mudaron. En el country le esperaba una vida de
subordinación donde sus propios intereses siempre quedarían en último lugar. El
amor que María sentía por Pedro se había visto deteriorado los últimos años: ella
ponía de un lado la nostalgia por su familia, sus amigos y su entorno anterior,
y del otro con su vida cotidiana actual, y la balanza le daba cada vez más
desfavorable. Pero era cobarde y no se animaba a tomar la decisión de dejarlo y
volver a casa sola, con la cola entre las patas. Había tantas cosas en juego...
Iba a tener que reconocer que Juan tenía
razón, que no podía casarse con un hombre que apenas conocía. Y también iba a
desilusionar a su madre, que por primera vez estaba contenta con ella porque
había conseguido un “buen partido”. Seguramente su madre le diría que la vida
se hizo para sufrir y que María era una blandita, una estúpida soñadora que en
vez de aprovechar la posición acomodada que le daba su marido: esa vida de
película en el country, con la enorme piscina, las fiestas, el derroche;
prefería enredarse en ideas fantasiosas y superfluas como la utopía del amor
eterno y de una vida en pareja ideal, donde cada uno tuviera espacio para
crecer como individuo.
Por todo esto a María le parecía muy tentadora la oportunidad de volver el
tiempo atrás y deshacer todo, como si nunca hubiera ocurrido. Y comenzar de
nuevo joven, limpia de su historia. Borrón y cuenta nueva.
Ensimismada en estos grandiosos proyectos, la sobresaltó el timbre que sonó
con fuerza.
_¡Las invitadas! Bueno, primero lo primero – pensó María, y giró la perilla
de la máquina para setearla una hora hacia atrás.
De ese modo podría sacar la torta del horno antes que se quemara y tendría
algo para servirle a las arpías. De nuevo el remolino y el parpadeo de luces. Dejó
los ojos cerrados y preparó las narinas para sentir el delicioso aroma de la
torta en el horno pero lo que le llegó fue un penetrante olor a quemado. Era
sin embargo, un olor diferente al de la torta carbonizada, más ácido y
metálico. El alma se le vino al piso cuando abrió los ojos y vio que provenía
de la procesadora, que despedía un delgado hilo de humo por las ranuras
traseras y tenía el display apagado.
Apagó el horno, sacó la torta que estaba en su punto justo y mientras la
desmoldaba gritó furiosa:
-¡La puta que te parió Emilia, siempre comprando cascarrias en los remates que
se rompen después de un par de usos!
2 comentarios:
Hola, hoy entré en tu blog, y en el de martín. extraño a la gente del taller!! cómo están todos? Mandales un beso, y un super abrazo al Cholo que es un genio. yanina Muac
Qué alegría saber de vos!
Yo este año tampoco estoy yendo al taller. Se extraña sí!
Beso
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