- "Tenemos que volver para adentro", me dice el abuelo entrando apurado desde el umbral con mi hija de 4 años a upa, tropezando prácticamente conmigo que iba saliendo con mi otra hija de 1 año, también a upa.
- "Porqué?, ya estamos prontas, ya estábamos saliendo...?"
- "Dice él que tenemos que volver para adentro", y ahí pude ver horrorizada que tenía un tipo atrás empujándole con una pistola por la espalda...
El corazón me latía a miles de bits por segundo, y por mi cabeza también fluía la información al mismo ritmo.
-"Todos al suelo! VAMOS!!"
Obviamente les hicimos caso y en el momento que me iba agachando me dije a mi misma: bueno, ya estamos jugados, totalmente en sus manos, tengo que aparentar que está todo bien delante de mis hijas, para que la experiencia no les sea más traumática todavía. Y gracias a ese pensamiento en pocos segundos me logré tranquilizar de verdad.
Como con los oídos tapados, de ahí en adelante me puse a observar la escena como si fuera un espectador y no un participante, jugando con las nenas, rezando por que terminara lo más rápido y de la mejor manera posible... Y los adultos restantes que estaban conmigo en la casa sintonizaron automáticamente la misma actitud, manteniendo un diálogo (dentro de todo) en buenos términos con los asaltantes.
Días después cuando se me descongelaron el corazón y las vísceras, y pude contarle a mis amigos lo que había pasado, mientras me preguntaban los detalles me quedé perpleja cuando alguien me dijo "Vos estarías furiosa, conociéndote..." Traté de sondear en mis sentimientos hacia los asaltantes (durante el copamiento en caliente y en el momento de la pregunta en frío), y me sorprendí a mi misma descubriendo que no sentía para nada rabia o deseo de venganza. Tengo grabada en mi retina la mirada de esos gurises, en sus ojos había miedo, tristeza, desesperación, e incluso paradójicamente, un atisbo de inocencia. Parecían mucho más nerviosos y asustados que nosotros.
No pude sentir otra cosa que lástima por ellos: ahí regalados, entrando a cualquier casa donde no saben con qué se van a encontrar, arriesgándose a que un Feldman cualquiera los cague a balazos, o lo que es peor lastimar ellos a algún indefenso, cargando con esa culpa por el resto de sus vidas, y matando con ese mismo balazo la poca esperanza de salir de esa vida de mierda (si es que aún les quedaba).
Yo creo que ellos percibieron esa como quien dice empatía que sentimos hacia ellos, y gracias a eso la situación terminó pocos minutos después sin consecuencias mayores ni para asaltantes ni para asaltados.
No voy a profundizar más los detalles de lo que pasó porque no viene al caso, quiero transmitirles simplemente ese aspecto (quizás un poco dejado de lado en anécdotas similares), y que para mí se demuestra maravillosamente en este dulce cuento para niños.
Obviamente la primer lectura que hacemos: "Es al revés que el cuento clásico, que gracioso!", pero si lo pensamos en el contexto de este post y conocen un poco más de la biografía del autor, el mensaje queda clarísimo.
Yo creo que todos los uruguayos deberían leerlo y reflexionar si no estamos equivocando el enfoque cada vez que se discute el tema "Inseguridad".
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