viernes, febrero 11, 2011

De la Selva, mismo

En el año 85 no sólo hubo un quiebre en la historia del país, con el retorno a la democracia, sino también en mi vida personal pasaron cosas importantes, aunque no tuviera relación ninguna con dichos sucesos.
Por ese entonces yo tenía 8 años y vivía con mi mamá en Minas en casa de mis abuelos maternos, como había sido desde que mis padres separaran 5 años antes. Ese año mi madre consiguió trabajo de maestra especial en La Paz (en Minas no había vacantes), y se fue a vivir a Montevideo. Eso desencadenó que si bien al principio me quedara viviendo aún con mis abuelos, al poco tiempo ya decidiéramos que me mudara también yo a Montevideo con mi mamá, porque la extrañaba.

Pero volvamos unos meses atrás, porque antes que me mudara ocurrieron eventos inesperados también en la vida de mi papá. Él, con 28 años ya se había casado de nuevo, recibe ese mismo año una loca propuesta de un primo aún más loco, y se va a buscar oro a la Selva Amazónica, más precisamente al pueblo fronterizo boliviano-brasileño de Guayará Mirim, cortada por el río Madeira que luego vierte al Amazonas.
Pasaron como 5 meses y nadie sabía nada de él. M. su esposa, estaba furiosa y angustiada: "si llega a volver vivo, conmigo que no cuente, ¡me divorcio yo también!"
Por fin volvió, con 42º de fiebre: había contraído malaria. Todos preocupadísimos, olvidamos los reproches. Años después me contó el periplo: ningún médico de los que vio acá en Uruguay sabía el tratamiento que tenía que administrarle y el tiempo apremiaba, hasta que alguno le sugirió que se trasladara hasta una Universidad en Porto Alegre. Sin pensarlo dos veces, arrancaron en el auto para allá. Dice que cuando llegaron, en el pasillo nomás se toparon con un profesor y su grupo de estudiantes: "Vengan: acá tenemos un caso de malaria, van a aprender cómo se trata". Por suerte entonces le aplicaron inmediatamente el tratamiento y cuando volvió ya estaba curado.
Después confesó que la manera que tenían en la selva de protegerse del mosquito portador de la enfermedad, era sumergirse hasta el cuello en unos barriles con una especie de petróleo por varias horas. Él siguió el procedimiento los dos primeros días pero después se emboló y los mandó a cagar.

No supe nada más de los detalles de ese loco proyecto hasta hace pocos días. En diciembre nos enteramos con F. del revuelo del parlamento por el nuevo Código Minero (ver especialmente el comentario #7). Conversando de ese tema luego en enero con papá cuando nos vimos por el cumpleaños de mi sobrina, me acordé de su experiencia y le pedimos que nos contara.
Dice que se fueron 4 en una combi desahuciada, pero terminaron  haciendo más de 11 mil kilómetros. El organizador fue su primo, éste tenía un tío que en ese momento era Ministro de Minería en Bolivia, que le pasó el dato de esas minas abandonadas que cualquiera que se acercara las podía explotar. Llegaron y tenían mapas, herramientas, maquinaria, vehículos todo. La empresa canadiense había abandonado la mina, huyendo de los conflictos que se habían originado con los nativos que reclamaban sus tierras, y de paso llevándose la guita adeudada al estado boliviano por años de comisión sobre el mineral extraído. El ejército boliviano había intervenido trasladando a la fuerza a los indios para el otro lado de la frontera (Brasil), pero muchos lograron huir y al poco tiempo volvieron y se instalaron de nuevo en sus tierras. Ellos seguían con su vida, no les interesaba explotar la mina, pero tampoco les molestaba la gente que se acercaba a intentar sacar algo, siempre y cuando los dejaran tranquilos.
"Nos faltaba un ingeniero que supiera interpretar los mapas, los tipos de piedra y el método de extracción, no pudimos conseguir ninguno, había zonas donde el oro estaba a pocos metros, pero teníamos que saber dónde excavar. Era desesperante, teníamos el mapa del tesoro pero nos faltaba la X dibujada en el piso. Nos contaron que otra empresa que llegó antes trajo un ingeniero alemán, que cuando terminó el trabajo para no pagarle lo mandaron acuchillar. El descontrol era grande y los sicarios se conseguían por poca plata, la vida no valía nada. Después de eso ningún ingeniero quería agarrar viaje"
Se quedaron igual unos días, conviviendo amistosamente con los indios y laburando para sacar un poco de oro del que aún quedaba en los lugares ya explotados, que al final les alcanzó para pagarse la estadía y el viaje. "Los indios laburaban un rato cuando precisaban plata, el resto del tiempo la pasaban mascando coca. Que boludos nosotros, nunca nos animamos a probar las hojas de coca."

Cuando volvía a casa me puse a mirar información sobre el lugar y lo primero que me encuentro es este comentario , re Jana de la Selva (aunque por el nombre Daygor supongo es nene y no nena), así que no tuve otra que compartir el cuento con ustedes acá en el blog.

PD: los que están registrando los yacimientos acá en uruguay también son canadienses (mi padre tiene conocidos a los que ya los contactaron por minas en sus campos, dice que andan hurgando por todo el interior buscando yacimientos), esperemos tener mejor suerte con ellos y que no nos afanen la comisión como a Bolivia.



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