Una de las mejores decisiones de mi vida fue encarar terapia. El desentrañar retazos de mi infancia que estaban sumergidos en una nebulosa ha sido una tarea emocionante y gratificante, obviamente a la vez que sanadora por el objetivo primordial que tiene de por sí la terapia.
El otro día le decía a mi terapeuta esa especie de película sobre tu propia vida que empezás a revivir en el proceso y de la cual, aunque parezca extraño, no conocés el detalle de la trama y se transforma en un thriller apasionante. También que la tarea de desentrañar el origen de cada issue se me hace muy parecida a la de descubrir un bug en un programa de software, que es parte de mi profesión: achicar el área de búsqueda, afinar, probar, probar de nuevo, estar atento a cada señal sospechosa y comparar diferencias con ejemplos similares que no presentan el bug.
Ya hace dos años que estaba de alta pero a fines de diciembre pasado necesité retomarla. El 2010 pasó como una ola que me revolcó y me dejó mareada y medio maltrecha, toda una remoción interna que se dio solamente en mi cabeza, que a simple vista no la asocio con temas concretos y terrenales como la familia, la pareja, el laburo y todo eso, sino con replanteos mismos de lo que significa la vida y qué es lo que se supone que tenemos que hacer nosotros con ella.
Y bueno, ahora que repaso el blog, algo de eso también escribí acá, y se resume en la búsqueda de motivaciones al principio, y el baldazo de agua fría de las zanahorias al final. En el medio escribí otras cosas también, disfrazadas o que ni siquiera llegué a publicar, pero bueh...
Ahora queda seguir desentrañando a ver a qué llegamos, pero mientras tanto, a disfrutar de este thriller.
Show must go on.
Show must go on.
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