Yo tuve un perro que adoraba. ¡Qué lindo era
mi perro Toribio!
Toribio no sabía ladrar, capaz que porque era muy
pequeño…
No tenía dientes, tampoco los necesitaba
porque no le gustaba roer huesos. Eso sí, se desesperaba por atrapar moscas.
No sabía traerme las pantuflas, ni el diario,
¡pero qué me importaba, si era verano y yo con cinco años no sabía leer
todavía!
Tampoco tenía pelo, pero su piel era de un
precioso color verde. En la tele pasaban un programa “El perro verde”, seguramente
ese señor que aparecía en el programa tenía un perro como Toribio.
Mi perro no tenía cucha, dormía en un
agujerito en el pasto. Le gustaba mucho
la lluvia y chapotear en los charcos.
Cuando estaba junto a él me olvidaba de todo,
ni siquiera escuchaba los rezongos de mi mamá: “¡Pedro! ¡Ya estás otra vez
jugando con ese sapo asqueroso!”
Cuento que escribí para el concurso de Cuentos Breves de La Tertulia (radio Espectador), tercer semana.
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