viernes, octubre 21, 2011

Sola con mis pensamientos

La soledad que en algunos casos me deprime, me pone hiperansiosa o me asusta, la mayor parte de las veces me hace sentir sumamente dichosa. La soledad me recuerda a mi niñez, las deliciosas horas dedicadas a leer libros, enciclopedias e historietas, resolver problemas de ingenio, dibujar, hacer artesanías; e incluso jugar juegos donde el contrincante era un personaje imaginario, al que había bautizado con mi primer nombre (ya que el segundo es el que utiliza todo el mundo para nombrarme). En la soledad me siento acompañada por esa "yo niña" que se desdobla de mí junto a la "yo adulta", al igual que un proceso de mitosis.

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Muchas veces parecería que no elijo los libros, que ellos me eligen a mí, y que cuando me eligen suelen llegar en el momento más apropiado. Científicamente no hay forma de predecir las casualidades, son solo eso, hechos aleatoriamente relacionados, pero me fascina tanto sorprenderme con las casualidades como poder predecir su ocurrencia (aunque esto último iría en contra de la ciencia).
Al continuar leyendo el libro de Levrero al que hago referencia en el post anterior; un domingo (casualmente) llegué a este capítulo y me sentí una vez más plenamente identificada:
Amo estos fines de semana en que puedo estar solo, aunque deploro lo breve de este tiempo en soledad. No quiero decir que desearía vivir solo; en realidad, desearía vivir en medio de gentes que respetaran mi soledad, mi necesidad de silencio, de divagación. Mi mujer está aprendiendo a hacerlo, pero en una medida que todavía no me resulta suficiente; desearía que ella misma se plegara a este mundo, ideológicamente, por decirlo así, y que alguna vez llegara a disfrutar de la paz y del silencio como yo los disfruto.
Esta mañana, al despertar solo en casa, en medio de un gran silencio, de una gran paz, se me dio una colección de inutilidades, de esas que son gratas al alma.

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Al seguir adelante con el libro me encuentro con esta otra reflexión, que me parece magnífica pues termina comprendiendo y aceptando el torbellino de la existencia, a la vez que abrazando las cosas simples de la vida, esas que te dan energía y ganas de vivir:

Cuando se llega a cierta edad, uno deja de ser el protagonista de sus acciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones anteriores. Lo que uno ha sembrado fue creciendo subrepticiamente y de pronto estalla en una especie de selva que lo rodea por todas partes, y los días se van nada más que en abrirse paso a golpes de machete, y nada más que para no ser asfixiado por la selva; pronto se  descubre que la idea de practicar una salida es totalmente ilusoria, porque la selva se extiende con mayor rapidez que nuestro trabajo de desbrozamiento y sobre todo porque la idea misma de "salida" es incorrecta: no podemos salir porque al mismo tiempo no queremos salir, y no queremos salir porque sabemos que no hay hacia dónde salir, porque la selva es uno mismo, y una salida implicaría alguna clase de muerte o simplemente la muerte. Y si bien hubo un tiempo en que se podía morir cierta clase de muerte de apariencia inofensiva, hoy sabemos que aquellas muertes eran las semillas que sembramos de esta selva que hoy somos.
Sin embargo hoy vi, hacia la caída del sol, el reflejo de unos rayos rojizos del sol en unos ladrillos de cerámica barnizada, y me di cuenta de que aún estoy vivo, en el verdadero sentido de la palabra, y de que aún puedo llegar a situarme en mí mismo: todo es cuestión de encontrar cierto punto justo, mediante cierta voltereta espiritual; no puedo pretender ser el protagonista, otra vez, de mis acciones, pero sí me es posible rescatarme dentro de esas nuevas pautas, aprender a vivir otra vez, de otra manera. Hay una forma de dejarse llevar para poder encontrarse en el momento justo en el lugar justo, y este "dejarse llevar" es la manera de ser el protagonista de las propias acciones, cuando uno ha llegado a cierta edad.



Creo que la paz está terminando de instalarse en mi pensar y en mi existir, luego de este proceso largo y doloroso, con muchos altibajos en el ánimo que me llevó "darme cuenta" y madurar.
O por lo menos eso espero, como dicen sobre las dietas: "Lo difícil no es llegar sino mantenerse".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Jana, que linda entrada, me dejó pensando mucho lo de Levrero y su señora, voy a ver si lo puedo poner en práctica. A mi me gusta llegar después del trabajo y tener mi tiempo para estar sola eso lo consigo los lunes, miércoles y viernes que mi nena está en el club. Besos y me gusta mucho tu blog, voy a enviárselo a unas amigas que estoy segura que también les va a gustar.